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sábado, 9 de febrero de 2013

Por qué los sindicatos tienen tan mala imagen

Por qué los sindicatos tienen tan mala imagen
09.02.2013 JAVIER PÉREZ
Que el equilibrio de fuerzas está roto desde hace tiempo es algo que ya sabemos todos los españoles. El poder legislativo y el ejecutivo no es que estén conchabados, es que comparten cama desde hace lustros. Del judicial ya, ni hablamos, ni se le espera, convertido en una especie de circo desde el que se intenta hacer política sin pasar por las urnas cuando no se dedica simplemente a sepultar asuntos en distintos sepulcros de los que resucitan según el momento y la oportunidad.

Pero lo que más nos preocupa a los ciudadanos de a pie son las relaciones diarias, esas que mantienen los sindicatos y la patronal y que afectan directamente a nuestros sueldos. Aquí es donde más se nota la falta de contrapesos y de un equilibrio de fuerzas que obligue a que una negociación sea verdaderamente un intercambio de posturas y no un simple enfrentamiento de matones, donde se ventile quién puede hacer más daño y cómo puede hacerlo. Y en ese sentido, los sindicatos se han llevado la peor parte de la mala imagen, por muy distintas razones. Paso a citar las que he escuchado con más frecuencia:

-Los sindicatos desincentivan la creación de empresas. Y no porque defiendan los derechos de los trabajadores, que sería lo suyo, sino por una dialéctica caduca que insiste en la lucha de clases y en la que, hablando claro, el empresario siempre es un cabrón por el hecho de serlo. Así las cosas, el que tiene dinero no quiere que le llamen cabrón y prefiere no invertirlo, vivir de las rentas, y el que quiera empleo, que lo busque. Mientras socialmente no se valore al emprendedor, no conseguiremos que se genere empleo.

-Los sindicalistas piden a los demás riesgos y sacrificios que ellos no afrontan. Como quiera que los representantes de los trabajadores están legalmente protegidos del despido y otras medidas, el resto de trabajadores ve que se les piden esfuerzos y riesgos que los mismos que se los piden no van a sufrir. Así, la protección de los representantes, que aparentemente es una buena idea, desacredita la acción sindical y hace que los trabajadores desconfíen. No digo que tengan siempre razón, ni mucho menos, pero la desconfianza es un hecho. Si a esto se le suma que a veces a los sindicalistas no se les descuentan los días de huelga (aunque es ilegal) la cizaña está sembrada.

-Los liberados sindicales no son bien vistos por los trabajadores. La idea es muy bonita y muy sensata, por supuesto, pero en la práctica y en el mundo real los trabajadores saben de sobra lo que hacen sus compañeros liberados en el horario supuestamente sindical. Como siempre, hay de todo, pero igual que un cura pederasta mancha la imagen de mil sacerdotes que se matan a currar, un sindicalista que atiende el mostrador de la tienda de su mujer en horario sindical mancha la imagen de cien que se matan defendiendo a los trabajadores. El hecho de que una persona cobre de una empresa un salario pero no trabaje en ella junto al resto es siempre origen de desconfianzas, corruptelas y tensiones.

-Los sindicatos se nutren de fondos públicos. Ya sea a través de subvenciones directas o de la gestión de cursos y otras prebendas, los sindicatos se nutren más de fondos públicos que de las cuotas de sus afiliados, lo que los mete en el mismo carro que los denostados partidos políticos. Además, por un simple juego de incentivos, los trabajadores sospechan que acaban apoyando más a quien les da el dinero que a quien se supone que representan.

-Los sindicatos nunca denuncian. Todos sabemos que hay montones de economía sumergida, trabajadores sin contrato e ilegales trabajando en negro. Todos sabemos que eso perjudica a los salarios, a al competitividad de las empresas que están legales y la sociedad en general, pero los sindicatos no parecen enterarse y son rarísimas las denuncias de contratos en negro, trabajadores ilegales o trabajadores sin seguro. Los sindicatos parecen preocuparse solamente de apretar los tornillos a los que están en regla, dejando de lado a los que no lo están. Esto empeora su imagen ante todos de una manera considerable.

-Los sindicatos no se interesan por los trabajadores de pequeñas empresas ni por los parados. Esta queja es muy frecuente y se basa en que a menudo, demasiado a menudo, parece que los sindicatos solo consideran trabajador a aquel que da derecho a una porción de liberado. En una empresa de trescientos trabajadores el sindicato ve opciones de liberar gente, o de obtener prebendas y se implica. En una empresa de tres, ni están ni aparecen. Lo mismo sucede con todas las negociaciones, que tratan siempre de beneficiar a los que ya están dentro, en perjuicio de los jóvenes y los que tienen contratos temporales. Esta dualidad del mercado, que es probablemente el mayor problema de nuestro mercado de trabajo, ha venido fomentada por la negociación sindical desde hace décadas, y ha perjudicado mucho a la imagen sindical entre ciertos colectivos.

Por último, quiero mencionar una queja que, aún siendo difusa, he escuchado a menudo: que el roce hace el cariño. Para muchos trabajadores, el hecho de que sus representantes se vayan a menudo de cena (o de charla o de comida o de reunión) con los patronos, aunque sea para negociar sus derechos, lleva a que con el tiempo acaban por entenderse y entablar una relación en la que buscan el mutuo beneficio, dando la espalda a los representados. Y es que, el sindicalista profesional, con el tiempo, acaba compartiendo más horas con los jefes que con los compañeros, y todo se nota...

¿Y por qué digo todo esto?

Porque creo que los sindicatos son imprescindibles, pero mientras se siga deteriorando su imagen no tendremos en España unas relaciones laborales sanas.

Y es fundamental.
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Por favor, pásalo. Se valiente

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