Hoy me siento útil como vigilante
Hoy estando absorto en mi trabajo como vigilante en el Metro, se acerca a mí, como tantos días, un hombre mayor, entrado en años, al que se le nota el devenir de la vida. El hombre, como siempre, cortés y educado, me dice: ”Buenos días”. Yo recíprocamente le contesto lo mismo pero alargando un poco más la frase. Le noto triste, apagado. Se queda un
rato parado y acercándose a mi me dice con voz entrecortada, casi apagada ¡¡Ayer falleció mi mujer!! Me quedo titubeante y mudo. No sé qué hacer ni decir. Noto en sus ojos las lágrimas que quieren brotar, que están a punto de salir. Me enderezo, me armo de valor, que no tengo. Dudo. Sigo cayado. Al final lo único que puede germinar de mi garganta en ese instante es un “lo siento”. Es una palabra hecha muy usada, lo sé, pero no puedo pronunciar nada más. Siento dolor en mi pecho viendo el sufrir de la persona que tengo enfrente de mí cada vez más y más afligido. No quiero que se derrumbe, no puedo permitirlo. Le cojo de la mano, la aprieto como si quisiera fundirla con la mía para notar todo lo que lleva dentro y de esta manera descargar todo su dolor dentro de mí, llevar yo su carga o parte de la misma. Le consuelo, intento animarle con palabras que me salen del corazón en esos momentos dolido. Creo que al final algo he conseguido, le veo erguido, el semblante más iluminado, un poco más animado. Ya no se ven las lágrimas en sus ojos, las pupilas las tiene alegres.
rato parado y acercándose a mi me dice con voz entrecortada, casi apagada ¡¡Ayer falleció mi mujer!! Me quedo titubeante y mudo. No sé qué hacer ni decir. Noto en sus ojos las lágrimas que quieren brotar, que están a punto de salir. Me enderezo, me armo de valor, que no tengo. Dudo. Sigo cayado. Al final lo único que puede germinar de mi garganta en ese instante es un “lo siento”. Es una palabra hecha muy usada, lo sé, pero no puedo pronunciar nada más. Siento dolor en mi pecho viendo el sufrir de la persona que tengo enfrente de mí cada vez más y más afligido. No quiero que se derrumbe, no puedo permitirlo. Le cojo de la mano, la aprieto como si quisiera fundirla con la mía para notar todo lo que lleva dentro y de esta manera descargar todo su dolor dentro de mí, llevar yo su carga o parte de la misma. Le consuelo, intento animarle con palabras que me salen del corazón en esos momentos dolido. Creo que al final algo he conseguido, le veo erguido, el semblante más iluminado, un poco más animado. Ya no se ven las lágrimas en sus ojos, las pupilas las tiene alegres.
Me digo “gracias Señor por darme oídos para escuchar y el alma para sentir ese dolor que no es el mío”.
Hoy estoy triste he visto el dolor ajeno, tiene rostro. Hoy me he sentido útil como vigilante y especial mente como persona.
Ver, escuchar, leer y sentir
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